La casa de Don Rafael
La historia de Don Rafael ilustra una situación que, por desgracia, viven más de 1.800 millones de personas en el mundo, en torno al 20% de la población total, como es la falta de un hogar digno. Desde Sendera, trabajamos para atender esta inmensa necesidad desde nuestra pequeña aportación. En el blog de hoy, os contamos cómo.
- Declaración de los Derechos Humanos (1948), artículo 25.1: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios […]”.
- Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966), artículo 11.1: los Estados Parte “reconocen el derecho de toda persona a un nivel de vida adecuado para sí y su familia, incluso alimentación, vestido y vivienda adecuados, y a una mejora continua de las condiciones de existencia”.
- Objetivo de Desarrollo Sostenible 11: Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles, Meta 11.1: De aquí a 2030, asegurar el acceso de todas las personas a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y asequibles y mejorar los barrios marginales.
- El derecho a una vivienda digna está recogido en distintos pactos y declaraciones internacionales, como un Derecho Humano, y forma parte también del Objetivo de Desarrollo Sostenible 11. Sin embargo, se calcula que 100 millones de personas no tienen un hogar y en torno a 1.800 millones de personas en el mundo carecen de un alojamiento adecuado.
Don Rafael es uno de ellos. Es un señor viudo, de 82 años, de Sabana Yegua, República Dominicana. Tiene un hijo que se ha desentendido de él por desavenencias familiares. Vive solo. Casi no ve ni oye, y camina con dificultad. ç
Alejado de la comunidad de vecinos, tiene un terreno propio donde se encuentra su vivienda, de un solo recinto. Y un solo bombillo. Las paredes de su casa son de hojalata vieja, y está techada de láminas de zinc. No tiene ventanas. El suelo es de tierra. Según se entra en la casa, al fondo a la izquierda tiene su cama. Y a la derecha de la entrada, la cocina con un montón de trastos y algunos víveres. La puerta, también de hojalata, está asegurada con un candado liado entre alambres. Alrededor de la casa tiene sus cultivos que le ayudan mínimamente para su sustento. Para regarlos camina cada día unos 4 km, donde está el lugar más cercano en el que obtener agua.
Cuando llueve, el agua se filtra por todos los agujeros y desencajes de la hojalata. Se moja su cama y todas sus pertenencias. El suelo se enfanga. La cocina también se moja y se estropea. Y los víveres se echan a perder. Durante estos días, ¡menos mal!, no es necesario que camine los 4 km para ir a buscar agua para el huerto. Pero por poco que persista la lluvia, se inunda su casa. Cuando esto pasa se acurruca en la cama, aunque mojada, espera que el temporal cese y reza para que el viento no se lleve la casa.